Veterodoxia – Pepe Rey

Pánfilo, pastor vihuelista

El Ms. 189 de la Biblioteca Nacional, de Madrid, contiene una obra en verso titulada La pastora de Manzanares y desdichas de Pánfilo. Aunque no esté escrito en prosa, se trata en realidad de un relato perteneciente al género pastoril, directamente emparentado con la tradición novelesca iniciada por Los siete libros de la Diana (Valencia, 1559), de Jorge de Montemayor. El manuscrito no contiene datos que permitan fecharlo con exactitud, pero las hipótesis más fiables apuntan hacia la mitad del siglo XVII. Una mano distinta del copista fundamental escribió bajo el título «Compuesto por Dn. Antonio de los Caramancheles», atribución a la que la crítica concede poca credibilidad y, de ser cierta, se trataría de un personaje totalmente desconocido. Tanto el  hecho de estar en verso como el de haberse conservado manuscrita convierten a esta obra en  excepcional dentro del repertorio de relatos pastoriles. Hay otra circunstancia, sin embargo, que la hacen más interesante para los que andamos a ratos ocupados  en la historia de la vihuela: la copia incluye siete dibujos, en dos de los cuales aparece representado el protagonista tañendo una vihuela. Dada la escasez de representaciones vihuelísticas no religiosas (o sea, ángeles), son muy de agradecer estas dos escenas pastoriles, aunque tengan el escaso realismo que cabe esperar de tales contextos.

En una «Carta dedicatoria» a un innominado «excelentísimo señor» el autor entona el cantollano sobre el que se desarrollará la narración: «Es cosa sabida de muchos filósofos que el hombre desdichado es aquel que, habiendo padecido trabajos por alguna cosa en la cual haya puesto su felicidad, no salga con su deseo». Tal será la tragedia del protagonista, Pánfilo, cuyos amores por Amarilis se verán frustrados porque ella prefiere a otro pastor más rico y más viejo, Riselo. Tras los nombres pastoriles de los personajes es seguro que se esconden unos nombres más normales y reales, aunque no resulta fácil reconocerlos, salvo el de la supuesta pastora, que casi sin duda se llama María. Dos detalles, al menos, lo declaran. El primero está en el dibujo incluido al principio de la historia (vid. supra), en el que una letra identifica a cada personaje: R = Riselo, P = Pánfilo y M = no puede ser Amarilis. El segundo ocurre en un episodio del libro II, canto VIII, en el que Pánfilo enloquece de celos y no para de cantar:

¡Ay, qué linda que sois, María,
ay, cómo que sois linda!
¡Ay, qué linda que sois, morena,
y cómo que sois buena!

Sin embargo, para el nombre de Pánfilo -según su etimología griega, ‘el que ama todo’- o el de Riselo no hay pistas suficientemente sugerentes. Veterodoxia prefiere no meterse en estos y otros vericuetos reservados a los filólogos. Quien esté interesado en profundizar en ellos deberá acudir a la magnífica edición preparada por Cristina Castillo Martínez. Aquí nos limitaremos a glosar algunos aspectos musicales y, particularmente , vihuelísticos.  Por lo demás, la historia de Pánfilo, lejos de ser ejemplar como pretende el autor, es bastante lamentable y reprobable. Su enfermiza celotipia le lleva a agredir por dos veces físicamente a Amarilis y acaba con él en la cárcel maltratado por unos galeotes. Como remate extraño e inusual en el género pastoril, Pánfilo se mete cura.

Quienquiera que haya leído una sola novela pastoril habrá notado que los personajes se pasan «toda la vida cantando y tañendo con gaitas, zampoñas, rabeles y chirumbelas y con otros instrumentos extraordinarios», como ya comentara un perro cervantino. Para don Quijote eso es precisamente lo más característico cuando propone a Sancho cambiar la vida caballeresca por la pastoril: «¡Válame Dios, y qué vida nos hemos de dar, Sancho amigo! ¡Qué de churumbelas han de llegar a nuestros oídos, qué de gaitas zamoranas, qué de tamborines, y qué de sonajas, y qué de rabeles! Pues, ¡qué si destas diferencias de músicas resuena la de los albogues! Allí se verá casi todos los instrumentos pastorales». Pero Cervantes y su perro sabían de sobra que, si los pastores de su tiempo cantaban, «no eran canciones acordadas y bien compuestas, sino un Cata el lobo dó va, Juanica y otras cosas semejantes; y esto no al son de chirumbelas, rabeles o gaitas, sino al que hacía el dar un cayado con otro o al de algunas tejuelas puestas entre los dedos… » En definitiva: que «todos aquellos libros son cosas soñadas y bien escritas para entretenimiento de los ociosos, y no verdad alguna».

Los personajes de La pastora de Manzanares, como cabía esperar, también cantan a tutiplén y precisamente uno de los aspectos interesantes de la obra está en algunas de las glosas sobre villancicos tradicionales que se cantan a lo largo de la historia. Y, como es natural, acompañan su canto con algún instrumento. Las más de las veces -y son muy numerosas- el instrumento en cuestión no recibe nombre más específico que este. Como ejemplo valgan los versos 121-128:

Al punto el instrumento ya templado
tomó en sus manos algo vergonzoso,
y, con tono algún tanto lastimado,
con triste voz y tono lastimoso,
empezó, con el pecho algo alterado
mirando a su pastora algo medroso,
empezó a resonar el instrumento
y así la dijo al son su pensamiento.

Al enumerar las cualidades de Pánfilo, el autor afirma que «era en cantar Orfeo sin segundo / y cantando al salterio enamoraba» (vv. 368-9).  Y, efectivamente, el salterio aparece mencionado como instrumento acompañante del canto de Pánfilo en varias ocasiones (437, 529, 1783, 1791). En otro par de momentos (2620 y  3083) el instrumento utilizado es la lira: «…y tocando una lira bien templada, / cantó a su casamiento deleitoso…» El resto de los pastores a lo largo de la narración tañen el pandero (730, 813), la zampoña (2738), la tiorba (4984), y también el salterio (5917, 6345). Es digno de ser subrayado que las pastoras tañan el arpa (3074) y las castañuelas (5923 y ss.), instrumentos de uso preferentemente femenino (véase Nominalia), y que una niña de corta edad transforme un cántaro en instrumento musical (2010 y ss):

…con un cántaro una niña,
digo una perla oriental,
arrancada de su aldea
si no lo es de la beldad.
Cantando viene y contenta
y valiente por su mal,
la vasija hecha instrumento
d’este atrevido cantar…

Ya al final del libro Pánfilo se ve transportado mágicamente al palacio de una ninfa toledana, que le agasaja con una cena extraordinaria, en medio de la cual el pastor ve cómo del techo baja «una nube de oro y plata» que «en el aire sutil se desbarata». La escena es más propia de la ficción caballeresca que de la pastoril e incluye una larga lista de instrumentos musicales (6719-6724):

En llegando a la mesa tan preciosa,
se abrió la bella nube y, en un punto,
resonando una música sabrosa,
instrumentos echaban contrapunto.
Pánfilo suspendió el alma penosa,
quedándose robado cual difunto.
El címbano, el salterio le robaron,
el arpa y el laúd que resonaron,

el clavicordio y cítora templada,
el violín y la lira deleitosa,
la flauta y la corneta y la acordada
tiorba y la vihuela tan sabrosa,
la dulce y al oído delicada
cornamuta y la alabada
zampoña, entre los rústicos pastores,
alivio y compañía en sus amores.

En medio de esta nutrida representación instrumental resuena la vihuela, de la que no nos habíamos olvidado, sino que dejábamos para el final. Ya había aparecido en manos de Pánfilo en un pasaje anterior (1295 y ss.):

Esto cantaron todos los pastores
y dejando el tañer y su armonía,
Pánfilo, acompañado de temores,
una vihuela ya templado había,
y pidiendo lugar a sus amores,
por el canto süave la pedía
diese lugar para decir su llanto
y así empezó su lastimoso canto.

Poco después se describe una escena en la que intervienen varias pastoras bordando, mientras Pánfilo tañe y canta (1394 y ss.):

Una tarde que allí estaban labrando
Clarinda y Polidora y Laura hermosa,
Leoncia y Amarilis -d’este bando
la más discreta, sabia y más graciosa-,
Pánfilo entró y a todas saludando,
con triste, flaca y vergonzosa cara,
se sentó en aquel prado junto a ellas,
pareciendo el dragón de las estrellas.

Apenas se sentó, cuando turbada
una pastora dijo: -«Si quisieses,
oh Pánfilo, cantar, que estoy preñada,
a fe que gran favor por Dios me hicieses».
Y Laura, que ya determinada
estaba haciendo sombras y reveses,
mas como vio el pastor lo que quería,
al punto el instrumento allí pedía.

Él, que adorando estaba el pensamiento
de su Amarilis bella, en un instante
la dice en un blando y triste acento
lo que le dicta el alma allí delante;
que, como allí el hablalla no es a cuento,
usa de estratagema semejante.
Y así templó y cantó de aquesta suerte,
temiendo su temprana y triste muerte.

Para nuestros intereses vihuelísticos lo mejor es que inmediatamente un dibujo reproduce esta escena, poniendo en manos de Pánfilo una vihuela, aunque el texto no especifica el nombre del instrumento :

Poco más adelante (2176 y ss.) tiene lugar una escena de ronda nocturna en la que Pánfilo se despide de Amarilis antes de partir  de viaje a Toledo. Tampoco en este caso el texto concreta qué instrumento acompaña el canto del personaje, pero otro dibujo ilustra a las claras el momento y vemos que también se trata de una vihuela. Las dos escenas nos permiten suponer que en otros muchos casos semejantes la simple mención a un ‘instrumento’ esconde una referencia a la vihuela.

¿Vihuela o guitarra? En el castellano de mediados del siglo XVII ambos nombres se aplicaban al mismo tipo instrumental sin hacer prácticamente distinciones de tamaño o número de cuerdas. Quizá el término ‘vihuela’ tuviera resonancias más aristocráticas en los oídos de algunos, como el anónimo autor de La pastora de Manzanares o como aquel Don Juan de Miranda al que Antonio de Santa Cruz dedicaba sus diferentes obras para bigüela hordinaria en fechas quizá no muy lejanas. Así que respetaremos sus preferencias y llamaremos ‘vihuela’ al instrumento que tañe el pastor Pánfilo en estos dos dibujos e ingresaremos al tañedor en nuestra nómina de vihuelistas literarios.





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